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Mª ANGELES FERNANDEZ JORDAN
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PREMIADOS 2018 CONCURSO CÍRCULO INTERNACIONAL DE NARRADORES Y POETAS DEL MERCOSUR
 

En 1984, durante el COU. (Curso de Orientación Universitaria), decidí que poco importaba los estudios que emprendiera, porque « Primeramente hay que ser poeta, y ser poeta es no ser lo que eres... » y así me licencié en Derecho, en la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE MADRID, comprobando tras años de práctica, lo cierto y lo vigente de la frase del filósofo romano (nacido en Bética, península ibérica) Lucio Anneo Séneca: "Lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad". He comprobado, tras años de experiencia profesional y vivencial, que la poesía no solo cura llagas y adormece el dolor en el presente, sino que es, mientras exista, el horizonte claro del futuro. Madrid Febrero de 2010. (Texto de la autora). © Mª Ángeles Fernández Jordán

El Toro

 
(Rio Guadamora-Los Pedroches-Córdoba-España)

El Toro

No sólo lo congénito, sino lo adquirido forma al hombre.” (Goethe)

La semilla de la verdad puede tardar en florecer; pero al final florece, pase lo que pase” (Gregorio Marañón)

La figura del toro bravo forma parte del sueño más intrigante de mi vida. No recuerdo exactamente la fecha, pero si la época. Fue cuando soñé todo aquello a principios de los años noventa, cuando yo era una veinteañera, no demasiado alegre, de una alegría solo por etapas o episodios, lo que me hizo preocuparme por mi misma, sufrir por una hipotética enfermedad mental, tan solo sospechada por mi preocupación por cosas, por las que nadie parecía preocuparse ni lo hacía realmente. Era mi locura el resultado de síntomas evidentes como mi afición a la poesía desde la niñez, hasta llevarme a estados de concentración tal en tales ejercicios poéticos, que podía hacerme perder el oído en tales momentos, y cualquier otro sentido, no necesario para la actividad de escribir. Mi temida locura, era, como digo, el preferir la lectura y la meditación a la estancia en discotecas, el escribir sobre cosas peligrosas: negadas, ignoradas por la única mentalidad, la única atadura, lo único correcto, y mi afán por rebelarme, aunque a menudo solo fuese de un modo mental contra ese control a mi juicio tan espeluznante como sucio.

Tal vez la locura, esa, de la que yo misma deseaba curarme, pues no sabía a donde me podría conducir, era el resultado de mi tesis doctoral sobre “la verdad”.No estudié filosofía, pues tuve que escoger entre varias materias que me gustaban, no todas de letras, pero ese tema hubiese sido una buena tesis doctoral de filosofía, que iniciaba a mi manera, sin escribirla a modo de tesis, haciéndolo a través de los versos y a modo de vida. “Continua pensando sobre la verdad”, era la nota en mi trabajo, realizado a mis 14 años que había apuntado mi profesora de religión, monja de profesión., aunque lo correcto en la expresión de su lenguaje, es monja de vocación, (monja católica por si queda alguna duda), tras habernos encargado hacer un trabajo cuyo tema era “La verdad”.Finalmente estudié en la universidad Derecho, ciencia hija del pragmatismo romano, que resultó ser como el dinero, “que no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla”, porque el Derecho, sin ser en si mismo ciencia de la verdad, sino de la conjugación de intereses predominantes en una sociedad determinada, expresado en forma de normativa, ayuda, por los mecanismos pragmáticos con los que se postula y realiza, a descubrir lo que hay tras los supuestos enunciados de legalidad vigente. Esa actitud de “loca” me hacía estudiar derecho como quien estudia una filología no vernácula, primero comprendiendo la lengua extraña, para inmediatamente traducirla a la propia, aquella en la que se piensa. Era la extraña, los intereses que fueran o fuersen que la ley en concreto trataba de proteger, y la propia, la traducción entendible a mi mente sobre el prisma de mi preocupación sobre la verdad.

En este contexto estaba, cuando una noche, empezó a perseguirme un un sueño durante muchas noches y muchos días, atormentándome los días y las noches con su significado. Soñé con un toro bravo, negro, enorme, que me perseguía de modo insistente y deliberado por todos los lugares por los que yo iba, incluyendo el paso por los semáforos y pasos de cebra, los grandes edificios, por los que por cuestión de mi trabajo debía visitar, los campos, las calles…No parecía tener ese toro una actitud animal, visceral, Si en algún lugar no podía entrar, me esperaba, agazapado a la puerta, para seguir tras de mi después. Era su comportamiento deliberado y sagaz. La actitud propia de los que algunos han llamado “tábano cojonero”, pero no con un gramo de peso, y aguijón, sino con más de 500 Kg., y enormes cuernos. Para mi carácter, que no suele inmutarse ante la presencia de “bichos”, la presencia del toro fue, durante parte del sueño, mera anécdota, pero me asustaba su premeditación y sobre todo su insistencia. El hecho, de que si trataba de escabullirme de él, de despistarle, de lograr que no me persiguiera, no lo lograba jamás, de modo, que lo que en principio resultó curioso, pasó a ser una persecución en toda regla, cuanto mas feroz y arriesgada cuanto más yo insistía en despistarle y perderle de vista. Eché a correr esquivándole entre los coches de las calles de Madrid, y el toro me seguía. Trababa con astucia de engañarle, y no lo conseguía, allí estaba detrás de mi, imponiéndome no se que con su actitud insistente que imponía respeto por su fuerza bruta, por su poder. Empecé a sentir miedo y el sueño dio lugar a una pesadilla, con la certeza de que ese toro me iba a matar. Desde aquel momento, el juego o la curiosidad se convirtió en una lucha por la supervivencia. Sabía que era un toro al que no cabía ni la posibilidad de intentar torearle como una torera espontánea, pues no se dejaría engañar por ninguna treta, ni trapo.

Corrí entre asustada y desenvuelta a cobijarme en un gran edificio de cristales, un enorme rascacielos sede de algo importante, un edificio enorme que daba señas de poder, y el toro, desalojándose de toda prudencia, entró tras de mi rompiendo cuantos cristales ofrecían barrera y resistencia, Corrí al ascensor antes de que me alcanzara, y logré que se cerraran las puertas metálicas, pero el toro, astuto e inteligente, golpeó desde fuera la llamada del ascensor creando un corto circuito que hizo que las puertas se abriesen y entró conmigo en el ascensor. Los dos solos, uno frente a otro, no cabía esconderse, ni trepar a ningún lugar alto, ni espacio para intentar torearle y escapar. Solos los dos, uno frente a otro, mirándonos a los ojos y quietos. El ascensor con las puertas cerradas empezó a subir al piso mas alto, mientras salían chispas eléctricas de los mandos por el cortocircuito producido. No empezó a hablar, solo a sudar, y a sangrar, por su cara corría sangre, y un líquido incoloro que tanto podía ser sudor como lágrimas. En un momento dado me embistió con la certeza por mi parte de que era mi fin, y mientras lo hacía mas que matarme, se fundió conmigo. Cuando el ascensor volvió a bajar el toro no estaba. Solo estaba yo con mi mismo aspecto y algo a mis pies: una enorme piel negra de toro, todo lo demás de su ser había desaparecido, menos la piel, la sangre y el liquido incoloro de sudor y de lágrimas.

Sin miedo, con enorme respeto y consideración a esos restos, me agaché para coger su piel con aquellas muestras impresas. Salí del ascensor con la piel en los brazos, mucha gente esperaba abajo, intrigada por la escena de la persecución. Les mostré la piel, y todos, aliviados, siguieron trabajando y en su actividad habitual, mientras yo, toro-mujer o mujer-toro, continué trabajando por las calles de Madrid, con la piel de toro en los brazos, como un trofeo, como un regalo, como lo más sagrado que nunca me había nadie entregado. Pues el toro, nunca quiso matarme ni asustarme, solo me estaba observando hasta el momento en que me entregó toda su fuerza, su inteligencia y su poder.

Ningún psicólogo supo contestarme el significado de ese sueño. Tampoco yo.

Tras el sueño, desapareció mi preocupación por la locura, parecí dejar tras de mi todos los fuegos de la adolescencia, que alteraban las hormonas de mi entero ser de mujer, cesaron las convulsiones del ánimo producidas por mi natural fuerza interior, que aún no aceptaba, ni era capaz de controlar. Cesó mi preocupación cuando me acepté con mis fuegos y erupciones volcánicas internas, mis dudas y terremotos, mis ciclones y tsunamis de ser vivo, los impulsos de animal que solo se pueden controlar, cuando se aceptan. Tuve conciencia de salud en una etapa de juventud más madura, donde aceptarse es la primera lección que se aprende.

Lustros después, muchos volvimos a releer un magnífico soneto de Miguel Hernández. Era 2010, el centenario del nacimiento del poeta español que empieza así:

 

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.”

Entonces volví a acordarme de mi sueño. De mi particular tesis sobre la verdad. De lo que significa la sangre , el sudor, y las lágrimas en una “piel de toro” (1), que es, como sabemos, la denominación poética, alegórica de la Península Ibérica. Aún conservo esa piel en mi recuerdo consciente de ese sueño. Aún la llevo en mis brazos con amor. Aún la guardo como el mejor trofeo, como lo mejor, después de la vida, que nadie nunca me haya dado. Sigo siendo la mujer-toro que salió del ascensor, con un espíritu tan brutal y poderoso como noble, confundida entre la gente, con la piel de toro en los brazos, impregnada del sudor de los que han trabajado y trabajan, y de la sangre de los que la han derramado, las lágrimas de los que han sufrido. Líquidos vitales, y humanos, derramados por eso tan misterioso, como un incomprensible sueño: La Verdad.

Y recuerdo, ahora casi veinte años después de este sueño, apenas dos definiciones de la verdad: “La verdad es aquello que padece pero no perece”, de Santa Teresa, y: “La mentira repetida muchas veces se convierte en una gran verdad” atribuída en origen a Lenin, y popularizada con su más negra práctica por Joseph Goebbels, quien asimismo practicó: "Miente, miente, miente sin parar, cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá" y "Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad". Y me pregunto, si se convierte en una gran realidad para todo el mundo, si lo que ocurre, es tan solo, que se convierte, en una gran apariencia de la verdad  o realidad misma, que no muchos logran desvelar con el recuerdo de la sangre, del sudor, y de las lágrimas, que no es otra cosa que la memoria colectiva, para volver a presentarla tal cual es: una gran mentira, como una gran ley: la ley suprema que protege siempre a los poderosos, por ese mecanismo siempre constante de traducción, y de manipulación.

Recuerdo, aquel escribillo de un poema mío, escrito con menos de 20 años:

 

                       ...Y le pregunté a los cielos

 

acerca de la verdad,

 

de la risa, del averno,

 

de toda la eternidad.

 

Julio de 1985

Y al igual que dijera Thomas Jefferson, prefiero los sueños del porvenir a la historia, sabiendo que somos el fruto no de la historia oficial y escrita, sino exactamente, de esa que ni siquiera nos han enseñado, la que debemos descubrir, y reescribir, como un deber irremplazable, tal como decía Oscar Wilde, “El único deber que tenemos con la historia es reescribirla.” para no estar condenados a repetirla, con los mismos silencios, oquedades y manipulaciones. La historia contemporánea de España es la historia de un toro, que nos persigue, tan solo para que no olvidemos nunca los sacrificios acallados de su pueblo, la coerción, la tortura, el crimen, la explotación a la que ha sido sometido, que nos mira a los ojos del alma; del rincon más escondido del espíritu, con la intención de que jamás su historia, la nuestra, vuelva a repetirse.

Por los sueños, se persiguen quimeras, y por ellos, se vuelve a recuperar la memoria, por los sueños se alcanzan metas, y se reconoce al ser amado, apenas lo has conocido, porque en ellos reside todo el material, que las leyes y las versiones de los poderosos han relegado al olvido. Con los sueños se trazan utopías, con las que se perfilan las líneas del futuro. Si quien olvida su historia está condenado a repetirla, (Jorge Santayana), sabemos, que hemos repetido la historia, al olvidarnos de la única que nos sirve: la que se encuentra prohibida, y en el caso de España, enterrada en las fosas comunes, en el silencio, en la enfermedad, o en el destierro. Aquella que sigue sin reparación a sus víctimas, y sin castigo a sus responsables.

Solo recuperando la verdad; la memoria histórica, tendremos una oportunidad de un futuro mejorado; de un futuro que haya superadon los límites y errores del pasado, dicho sea de paso, que digo esto, en Madrid, el día 6 de diciembre de 2010, día festivo en España, que conmemora la Constitución vigente del Estado Español desde 1978, y creo, que si tiene esta Constitución vocación de futuro, ha de tener, inexorablemente, vocación de reescribir, de escribir por vez primera, la verdadera Historia.

Madrid, 6 de diciembre de 2010 © María Ángeles Fernández Jordán.

(1) “Piel de toro y sudor”, metáfora que se incluye en el poema homenaje que le he dedicado a Miguel Hernández en 2010, publicado en libro homenaje de Poetap, y leído el 29 de octubre de 2010 en RNE. En el programa El Ojo Crítico.

 
Poema Homenaje a Juan Gervasio Puerta García
(Publicado en la web de la Asociación de Amigos de las Brigadas Internacionales AABI)

https://www.brigadasinternacionales.org/index.php?option=com_content&view=article&id=466:gerva-2&catid=42:cronicas&Itemid=62

MILES DE TIERRAS:
https://milesdetierras.blogspot.com.es/2014/03/dinero-y-memoria-historica-un-poema-de.html
Homenaje a las Brigadas Internacionales en el Ateneo de Madrid, el 17 de mayo de 2011
https://madpoesia.wordpress.com/2011/05/16/20110517-homenaje-a-las-brigadas-internacionales/


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Poemas dedicados a María Ángeles
Poema dedicado a María Ángeles Fernández Jordán por la escritora Marian Muiños Muiños: Si fueras un hombre, con tu perfil romano... serías soldado. Tan osad@ serías, que en vez de luchar por el César, lucharías, sí, contra la pobreza que impunemente nos pesa como espada en la cabeza, cual Damoclecracia, por la obra y por la gracia de tu talento, poeta. Autora: Marian Muiños Muiños Muiños
 
" Ni el amor ni la vida son eternos. El instante en que confluyen, es la eternidad." © Mª Ángeles Fernández Jordán http://angeles-fernandez-jordan.es.tl/ Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
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