No se a donde nos llevan las tasas de desempleo, ni la tercera guerra mundial en forma de crisis... Se sabe que el comienzo del declive solo acaba de empezar, si tardará siglos en caer este imperio como la vieja Roma, o si apenas 10 o 15 años por la aceleración de los tiempos, lo ignoramos, o lo callamos. No deseamos recordar como una vieja conciencia colectiva el sufrimiento a que ha lugar, y se impone el silencio. El silencio siempre respetuoso y limpio, con las dosis necesarias del analgésico tóxico televisivo, entre otros. Supongo que todo aquel provisto de ciertas cantidades de decepción y por tanto de prudencia,  sabe, que nada es para siempre, pero siempre hay una constante que se suele repetir tras cada ciclo: el asentamiento en el poder de esas clases acostumbradas a él, con independencia del guión que hayan de aprenderse o repetir. El guión una vez aprendido (que no aprehendido), es  para ellos excluyente de cualquier otra idea. Toda misiva dirigida a los actores de guiones ha de corregirse o matizarse, lo cual hace el mensaje, e inclusive,  el propio texto del guión sacado en origen de grito y de dolor social, absolutamente vacío e inútil.

Dicho todo esto, sugiero que, la prudencia o administrador de fuerzas nos haga abandonar el esfuerzo inútil de evitar el declive, que por otro lado es imparable e imposible de impedir, y que por  el lado opuesto a éste, es hasta conveniente, dado el estado actual de corrupción  económica , ética y política y de  degradación del artificio institucional  de nuestro tiempo. Pero la  prudencia no invita a dejarse morir ni de modo individual ni colectivo. Mas bien parece que indica que se deben centrar las fuerzas en articular cuando y como se pueda, mecanismos que impidan que los actores de guiones sean solo eso, también llamados representantes o politicastros, y creo que solo hay un modo de hacerlo: articulando que el ciudadano participe en el poder, y no solo en depositar su voto.

(Parte de una carta enviada el 29 de noviembre de 2009 a un amigo, y a través de esta página, a todos). 

María Ángeles Fernández Jordán